jueves, octubre 04, 2007

¿Para qué sirve la filología?

No veo con los ojos: las palabras son mis ojos.
Vivimos entre nombres;
lo que no tiene nombre todavía
no existe...
Octavio Paz.


El intelecto humano puede enfocarse para producir “saber” bien al estudio de las razones de la Natura, razones que se conceptúan como objetivas y permanentes, o a las razones de la Cultura, razones consideradas subjetivas, perfectibles, humanas.

Al estudio de las primeras y prístinas razones “cuantificables y predecibles”, las de Natura, que permiten incluso postular Leyes, hemos asignado el nombre de Ciencia. La ciencia es indiscutiblemente útil en tanto que permite conocer el entorno, su funcionamiento y –por qué no, apropiárnoslo a través de la Técnica.

Para el estudio de las otras razones, esas volubles e inasibles razones de la Cultura, reservamos un nombre especial, que según en dónde se sitúe uno sirve por igual como meliorativo que como despectivo: Humanidades. Muchos piensan que la filología, como la literatura, la historia la filosofía y otras “humanidades”, no sirven para nada, o para nada útil al menos.

En 1870 la Real Academia Española define por primera vez la ya por entonces vieja disciplina de la Filología en los siguientes términos: “Ciencia compuesta y adornada de la gramática, retórica, historia, poesía, antigüedades, interpretación de autores y generalmente de la crítica, con especulación general de todas las demás ciencias.” Hoy día la entiende como: “Ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos.”

Encontramos el primer inconveniente: la filología, en tanto que saber, en tanto que conjunto de conocimientos sistemáticamente estructurados procedentes de la observación y el razonamiento, es también, pese a sus inexactitudes, ciencia. Este inconveniente parece no ser más que meramente terminológico, ¿y a quién le importa cómo se designa algo?, ¿no son, finalmente, todos los nombres arbitrarios?

Para una sociedad postmoderna, tecnologizada y –más grave aún- tecnocrática como la nuestra, las únicas ciencias verdaderas (y he ahí otro punto discutible, en el que no abundaré ahora) son las ciencias exactas en la medida en que pueden aprovecharse para la técnica. Saber algo “a ciencia cierta” es saberlo con exactitud. En cambio, las “ciencias sociales” son casi tan superfluas como las “ciencias oscuras”; se calla por ser políticamente correctos, pero no falta quien piense que la sociología no difiere en mucho de la alquimia, en tanto que ésta sí es algo muy distinto a la química farmacéutica.

Llegamos aquí al punto clave, ¿sirven para algo esos saberes que parece que no sirven para nada? Y, si es así, para qué.

Ya escucho a los filólogos adscriptos al pragmatismo, enceguecidos, diciendo que la filología sirve para hacer diccionarios, ortografías y gramáticas, que sirve para hacer métodos de enseñanza, revistas y cualquier ‘cosa’ hecha de palabras que podamos vender y hacer dinero. La realidad es que vender y enriquecerse son fines inmediatos, mas no últimos.

El deseo de saber (orexis), sirve para mucho, pero no necesariamente de manera mediata (praxis). El hombre se distingue de los animales por la racionalidad, racionalidad que manifiesta a través de la lengua. Para conocer eso que somos, lo que hemos venido siendo, lo que nos es similar y lo distinto, lo que es importante para nosotros, lo que era importante antes y ha dejado de serlo, lo que no enunciábamos y ahora enunciamos, es necesario estudiar la lengua.

¿Y para qué desearíamos conocer eso que fuimos, esto que somos y la manera en que lo entendemos y expresamos? Es fácil responder esa pregunta si nos seduce la trampa del conocimiento por el conocimiento “para saber más”.

Si rascamos un poco veremos que existen razones más hondas, lo que en realidad buscamos los filólogos, como todos los humanistas, no es saber más, sino, fundamentalmente, ser más, no caer en ese vacío inexistente por innombrado del que habla el poeta; buscamos ser felices: Nulla est homini causa philosophandi, nisiut beatus sit, decía el sabio.

Tal vez en ese deseo de crecer en lo que se es, de buscar la felicidad, resida lo que a tanta gente hoy día le parece “lo inútil”.